sábado, 24 de junio de 2017

LA ERA TOKUGAWA (1600-1868): LOS ULTIMOS COMPASES DEL PODER SHOGUNAL EN EL JAPON


Informe especial. La era Tokugawa (1600-1868): los últimos compases del poder shogunal en Japón
Por Miguel Vega Carrasco
Oct 4, 2016

Publicado en el número 7 de Descubrir la Historia (octubre de 2016).

La niebla se disipaba en el cielo de Sekigahara en aquel amanecer de octubre de 1600, alumbrando el escenario de una batalla decisiva en la historia japonesa. Allí se dieron cita las tropas de los clanes más poderosos del momento para poner punto y final a un largo conflicto en el que estaba en juego nada menos que la hegemonía del poder shogunal. En aquellos tiempos, el país del Sol Naciente se hallaba inmerso en la época del bakufu o período shogun, término con el que se conocía al sistema político en el que un líder militar (el shogun) ejercía el poder de facto con la aprobación del emperador, y cuyos orígenes se remontaban al siglo XII.

En aquel escenario se ponía en juego la supremacía del clan de los Totoyomi, defendida por los daimyo o «grandes señores» fieles a Toyotomi Hideyori, hijo del gran unificador del Japón; Toyotomi Hideyoshi. La alternativa la representaban las familias al servicio de la casa de los Tokugawa, un destacado clan a cuya cabeza se situaba Tokugawa Ieyasu, que aspiraba a hacerse con el título de shogun. La victoria de Ieyasu sobre Hideyoshi en una batalla que enfrentó a decenas de miles de guerreros y samurái, daba paso a la tercera y última etapa del shogunato; la llamada era Tokugawa o período Edo. Esta nueva etapa entraba en vigor a partir del reconocimiento de Ieyasu como nuevo shogun por parte del emperador, Go-Yozei, en 1603. Desde aquel momento, él y sus descendientes consiguieron instaurar y hacer perpetuar durante más de dos siglos un régimen político que representaba la última manifestación del feudalismo nipón.


Tokugawa Ieyasu, primer shogun del período Edo.

Políticamente, el sistema del Japón Tokugawa se suele conocer como bakuhan, en referencia a la dualidad de poderes en que se sustentaba; elbakufu o shogun, y el han o «feudo». Sobre esta estructura se articulaba un sistema de origen feudal y de carácter bipartito o bicéfalo: Por un lado, el emperador y su corte, con sede en Kioto, ejercían un poder nominal, teórico, simbólico y ritual. Por otro, el shogun desde la nueva capital de Edo (la actual Tokio) llevaba a cabo el control efectivo del poder político, valiéndose para ello de su autoridad sobre los más de doscientos dominios o han y los señores que en ellos ejercían su poder. Dicha administración territorial pudo ser la base de la actual división en prefecturas tan característica del país nipón, o al menos servir de inspiración para ello. En cualquier caso, el nuevo organigrama político afianzaba el sistema de lazos de vasallaje y supremacía shogunal que imperaría prácticamente hasta finales del siglo XIX.

No obstante, la complejidad de este sistema no se limita a dicho esquema, ya que el poder de los daimyo no estaba igualmente repartido, sino que respondía a una jerarquía basada en la mayor o menor cercanía al clan Tokugawa. Desde la cúspide, ocupada por esta poderosa familia, se escalonaban una serie de categorías de grandes familias o daimyo. La primera de ellas era la de los shinpan, una veintena de señores integrantes del clan o emparentados con éste, que, como tales, controlaban las tierras más cercanas al shogun. Un segundo escalón lo ocupaban los fudai, cientos de señores que, sin pertenecer a su clan, habían recibido su título directamente de los Tokugawa, llegando a amasar una considerable cantidad de títulos y tierras. El último escalón de poder lo ocupaban aquellos señores que habían recibido su título de clanes rivales, como los Toyotomi, y que habían luchado contra los Tokugawa en la batalla de Sekigahara. Eran los llamados tozama, apenas un centenar de señores que se vieron obligados a jurar fidelidad a los Tokugawa, y que en virtud de ello obtuvieron ingentes dominios, en ocasiones mayores que los de losfudai.

En un intento por controlar mejor a todos estos señores feudales, el shogun instauró hacia mediados del siglo XVII una institución denominada sankin kotai o «residencia alterna», es decir, la obligación de los señores de alternar su lugar de residencia entre la capital, Edo, y su han o tierra de origen. Aunque ciertamente costosa, ya que obligaba a los daimyo a contraer matrimonio y tener varios hijos durante su estancia en la capital, la institución de la «residencia alterna» se mostró bastante efectiva en cuanto al reforzamiento del poder shogunal y el control de los señores bajo su autoridad. Además, trajo como ventaja el despegue urbano de Edo como centro de control político, administrativo, económico y cultural, llegando a superar la urbe el millón de habitantes hacia mediados del siglo XVII.

En el orden social, nos encontramos con la marcada distinción de clases propia de las etapas previas de los shogunatos Nobunaga e Hideyoshi, si bien en estos momentos el shogun comenzaría a institucionalizar y acentuar dichas diferencias a través de diversas medidas. Un ejemplo fueron aquellos decretos que regularon el tipo de vestimenta e incluso la dieta que correspondía a cada grupo. Se trataba de una sociedad desigual, jerarquizada y marcada por la imposibilidad de ascenso social. El shogun y la aristocracia imperial (o nobleza kuge) compartían la cúspide de esta pirámide social con los daimyo y la clase militar de los bushi o samurái. Sin embargo, dentro de este grupo privilegiado existían importantes contrastes como los ya señalados anteriormente, a los que había que añadir la multiplicidad de rangos en que se dividían los samurái. De ahí que éstos puedan aparecer en las fuentes con denominaciones muy diversas, desde los hatamoto o«grandes samurái» hasta los goshi o «samurái rurales», así como toda una amplia gama de guerreros cuyo estatus dependía de su poder económico y militar y de la familia a la que servían. Los samurái, como grupo social, representaban una población en torno a los dos millones de los treinta que componían el Japón de finales del periodo Tokugawa, y su papel como estamento fue in crescendo, pasando de ejercer una función militar a desempeñar importantes labores burocráticas y administrativas, y constituyéndose así como un grupo social fundamental para el mantenimiento del sistema.


Samurái del periodo Tokugawa con armadura completa.

La frontera entre los grupos privilegiados y no privilegiados la marcaba el campesinado, que representaba más de las ¾ partes de la población y suponía el principal sostén económico del país. Sometidos a fuertes cargas fiscales, vivían en un régimen de práctica servidumbre, al estar ligados de por vida a la tierra que les era asignada. Además, a la cantidad fija de impuestos que tenían que entregar, podían aplicarse más cargas, llegando algunos señores a exigirles un porcentaje estratosférico de sus cosechas, a lo que hay que añadir que a menudo eran sometidos a todo tipo de trabajos adicionales, como la limpieza y mantenimiento de los caminos.

El último peldaño era ocupado por artesanos y comerciantes, cuyo estatus y oficio seguían estando muy mal considerados en los primeros tiempos del periodo Tokugawa. Sin embargo, gracias a la nueva dirección política y la evolución económica del país, pronto pudieron labrarse una fortuna considerable, acceder a ciertos privilegios y escalar socialmente. En dicho proceso jugó un papel fundamente el nuevo papel de las ciudades y el esplendor de urbes como Edo u Osaka. Por último, y ya al margen de este esquema social existía un heterogéneo grupo de individuos excluidos, personas que desempeñaban trabajos considerados deshonrosos, tales como prostitutas o sepultureros, así como ex convictos, ladrones o vagabundos. Eran los llamados hinin, o«sucios».

Asimiso, un rasgo característico de la sociedad Tokugawa fue el férreo control ejercido por las autoridades, que llegaron a limitar el derecho de viajar de un lugar a otro, y reprimieron duramente cualquier movimiento que pudiera alterar o poner en peligro la estabilidad social. Así, fueron frecuentes las ejecuciones y los castigos de carácter colectivo, dentro los cuales encontramos igualmente diferencias de clase. Sirva como ejemplo el caso de lossamurái, que tenían el «privilegio» de recibir castigos más honrosos como el famososeppuku o harakiri.

Era una sociedad que respondía, en definitiva, a la preocupación del shogun de mantener, por encima de todo, la paz interior, el orden social y la estabilidad del sistema. Y en este último propósito jugaron un papel fundamental las ideas del confucianismo y sobre todo, el neo confucianismo que los japoneses importaron de China ya en el siglo XII, y entre cuyos rasgos más característicos estaba el papel de la familia extensa como unidad social, económica y jurídica. El clan y la familia, que se regían por una serie de derechos y deberes muy arraigados, vinculaban a sus integrantes a través de estrechos lazos de solidaridad y los unía mediante un sentimiento de identidad a través de las propiedades familiares, tradiciones y culto a los antepasados. Por otra parte, en el plano religioso, el Japón del periodo Edo albergaba tres grandes sistemas de creencias, como fueron el sintoísmo y el budismo y el propio confucianismo, si bien este último fue el que se impuso no sólo ya a nivel espiritual sino en la configuración de todo el sistema político e institucional del shogunato, como hemos mencionado.


Recreación pictórica de la batalla de Sekigahara realizada durante el periodo Edo.

Aunque tal vez uno de los aspectos más llamativos del periodo Tokugawa fuera su desarrollo cultural, estrechamente ligado al notable crecimiento económico del país durante todo el siglo XVI y XVII. Un progreso debido, en gran medida, a la prosperidad del sector agrario y al despegue de la artesanía y el comercio, especialmente en el ámbito urbano. Grandes ciudades como Osaka o Kioto llegaron a contar para entonces con con más de medio millón de habitantes, y en el caso de Edo, como hemos mencionado, se sobrepasó incluso la cifra del millón. Este auge de la ciudad vino acompañado de un desarrollo cultural sin precedentes y de un importante cambio en el orden social, como fue la irrupción de los llamados chonin (de cho, «ciudad»). Este grupo, que podríamos asemejar a lo que en Europa se conoció como «burguesía»(aunque con muchos matices), estaba compuesto por comerciantes, artesanos y otros profesionales liberales, y fueron ellos quienes fraguaron el movimiento conocido comoukiyo, el arte y la cultura del «mundo flotante». Este tipo de manifestaciones y formas de expresión se caracterizaban por su contenido más bien hedonista, por el gusto de los placeres cotidianos, el ocio y la diversión popular.

Los chonin, ciudadanos adinerados y con un mayor acceso a la educación y al ocio en un país de mayoría campesina y analfabeta, gozaban así del privilegio de una vida más placentera, además de una mayor consideración social. Entre sus actividades de ocio predilectas, destacaban las archiconocidas representaciones del teatro kabuki, obras que recreaban escenas de la historia de Japón envueltas una estética muy llamativa, y en las que el color, el contraste de luces y sombras, la música y la interpretación se mezclaban para ofrecer un espectáculo que en ocasiones llegó a adquirir tintes escandalosos. Ello explica que en determinados momentos, el kabuki fuese sometido a una gran censura por parte de las autoridades. Sin embargo, el erotismo y la prostitución difícilmente podría desligarse de este universo cultural de las ciudades, y buena prueba de ello fue la creciente importancia de las casas de té, que ya en el siglo XIX evolucionaron hacia las conocidas casas de geishas.

Pero la imagen más icónica de esta efervescencia cultural la puso el movimiento de losukiyo-e. Con este nombre se conocía al arte de elaborar grabados en madera, cuya función en un primer momento se limitó a anunciar obras de teatro o dotar de ilustraciones a los libros, para finalmente llegar a constituirse como todo un referente cultural e identitario del Japón. A ello habría que añadir la prolífica producción literaria del momento, muy acorde con el gusto de los chonin e inspirada en las grandes leyendas e historias nacionales, si bien experimentó un gran impulso el género de la poesía, y de manera más concreta, el de los haiku, una de las composiciones paradigmáticas de la cultura nipona.

Estas breves pinceladas del Japón Tokugawa podrían llevarnos a elaborar una imagen muy simplista y en cierto modo estática de dicha sociedad, por lo que convendría hacer algunas aclaraciones. Y es que la evolución del país a lo largo de estos más de doscientos años fue más compleja de lo que hemos descrito. Una clara muestra de ello fue su política exterior, tradicionalmente considerada de total aislamiento y rechazo a las influencias extranjeras. Lo cierto es que este rechazo no se dio hasta la década de 1620, cuando el shogun se percató de los problemas que las injerencias de las potencias occidentales podrían acarrear a su hegemonía y a la propia estabilidad del sistema. A partir de entonces, éste fue dictando edictos para expulsar a españoles y portugueses, y acabar con la influencia de los cristianos. Pero al mismo tiempo, permitió una cierta presencia de comerciantes holandeses y mantuvo fructíferos intercambios con los países vecinos. Por ello, se podría decir que, en líneas generales, la política exterior nipona fue, efectivamente, de aislamiento, pero con ciertos matices: En primer lugar, dicho aislamiento no fue una imposición repentina de los Tokugawa a su llegada al poder, sino un proceso de varias décadas condicionado por las circunstancias que se fueron dando a lo largo de ellas. Y por otra parte, este aislamiento permitió la imposición de la llamada Pax Tokugawa, un período de paz interior que mitigó y acabó con las tradicionales luchas entre clanes.


Escena de una representación teatral de Kabuki en la actualidad.

El shogunato Tokugawa consiguió mantener su esplendor hasta mediados del siglo XVIII, cuando factores como las crisis agrarias derivadas de las adversidades climáticas o las enormes diferencias de clase pusieron de relieve las debilidades del sistema. Si a ello añadimos los grandes cambios culturales, sociales e ideológicos que fueron teniendo lugar a lo largo de esta última fase, el desgaste y las aspiraciones de cambio eran más que evidentes. Aunque el golpe final lo asestó la llegada de barcos extranjeros a los puertos japoneses y la firma de los llamados Tratados Desiguales con Estados Unidos, Rusia, Francia, Países Bajos e Inglaterra, a mediados del siglo XIX. Estos tratados aumentaron la brecha entre el emperador y el shogun y propiciaron el debilitamiento del poder de éste último, lo que en última instancia favoreció la gestación de la Revolución Meiji. Este proceso, iniciado en 1868, conllevó la occidentalización de Japón y el fin del sakoku o «aislamiento». Era el ocaso del poder shogunal; los últimos ecos de los tiempos del feudalismo y los samurái. A partir de entonces, Japón entraba en un nuevo periodo en el que todo cambiaría, tanto para la potencia nipona como para el resto del mundo. El nuevo poder del emperador omikado y la apertura del país a Occidente sepultaron los últimos restos del ancestral poder del bushido para dar paso a una etapa en la que las circunstancias serían radicalmente distintas.

Para saber más:

Cid Lucas, F. (2009). ¿Qué es Japón? Introducción a la cultura japonesa. Cáceres: Universidad de Extremadura.

Hane, M. (2003). Breve historia de Japón. Madrid: Alianza.

Junqueras i Vies, O.; Madrid i Morales, , D.; Martínez Taberner, G.; Pitarch Fernández, P. (2012). Historia de Japón. Economía, política y sociedad. Barcelona: UOC.
Edad Moderna Historia de Japón Informe especial Japón Número 7

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