viernes, 16 de agosto de 2019

HOMILIA DEL EXCELENTISIMO SEÑOR ARZOBISPO DE ACAPULCO EN LA CONMEMORACION DEL MARTIRIO DEL BEATO ACAPULQUEÑO FRAY BARTOLOME DIAS-LAUREL 2019


HOMILIA DEL EXCELENTISIMO SEÑOR ARZOBISPO DE ACAPULCO MONSEÑOR LEOPOLDO GONZALEZ GONZALEZ EN LA CONMEMORACION DEL MARTIRIO DEL BEATO ACAPULQUEÑO FRAY BARTOLOME DIAS-LAUREL
Catedrar de Nuestra Señora de la Soledad de Acapulco
Viernes 16 de Agosto de 2019
Santa Misa 12 hrs.

Queridos hermanos sacerdotes.
Queridos fieles.

+ La celebración de la fiesta del Beato Mártir Bartolomé Días Laurel, paisano nuestro, nos recuerda primero que hay una inmensa multitud de hermanos nuestros, muy familiares a nosotros, que desde la Casa del Padre nos acompañan y nos alientan cada día en nuestro esfuerzo por hacer presente el Reino de Dios en medio de nosotros. Entre ellos puede estar nuestra propia madre, nuestra abuela u otras personas cercanas… ellos en el cielo mantienen con nosotros lazos de amor y de comunión. El ser de un mismo pueblo, el haber vivido y crecido recorriendo las mismas calles, mirando los mismos paisajes, nadando en la misma bahía, da una cercanía especial. Así sentimos al Beato Bartolomé. Entre la multitud de los Santos de Dios que nos protegen, nos sostienen y nos conducen hacia el Padre, lo sentimos cercano de una manera muy especial. Es nuestro paisano. 
+ Pero esta celebración también ha de recordarnos a cada uno que Dios nos llama a ser santos en las circunstancias que vivimos cada día. “Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio de nuestra fe en Cristo en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra” (Papa Francisco). Las circunstancias del Beato Bartolomé fueron las del siglo XVI en esta tierra nuestra: aquí nació, aquí creció; en el convento de Nuestra Señora de Guía, de los Frailes Franciscanos, sintió el llamado a la vida religiosa. Fue al convento de San Buenaventura en Valladolid, hoy Morelia, donde recibió el hábito y profesó como hermano lego en la orden. Misionero, catequista y enfermero en México (1617-1619), en Filipinas (1620-1623), y en Japón (1623-1627). Esas fueron las circunstancias en las cuales el Beato Bartolomé vivió su santidad, las nuestras son diferentes, pero, como nos dice el Papa, “lo que interesa es que cada uno discierna su propio camino y saque, iluminado por lo mejor de sí mismo, aquello tan personal que Dios ha puesto en él”.

+ El Beato Bartolomé, como hermano lego, sirvió dentro de la comunidad del convento, en los oficios ordinarios de una casa, el quehacer doméstico, el cultivo del huerto, la atención de la puerta, pero tenía especial dedicación al cuidado de los enfermos; y hacia fuera del convento, fue un infatigable misionero y catequista. De alguna forma éstos son también nuestros quehaceres. El espíritu con que los realizaba era el que San Francisco pedía a sus frailes para vivir el Evangelio en lo ordinario de cada día: un espíritu que lleva a cuidar más del ser que de las apariencias: “dichoso aquel que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y exaltado por los hombres, que cuando es tenido por vil, simple y despreciable, porque lo que somos ante Dios, eso somos y nada más”, “peca el que exige de su prójimo más de lo que está dispuesto a dar sí al Señor Dios”, “Dichoso el siervo que atesora en el cielo los bienes que el Señor le otorga, y no trata de darlos a conocer a los hombres buscando una recompensa”, “de lo único que podemos gloriarnos es de nuestras debilidades y de cargar cada día la cruz de nuestro Señor Jesucristo”. Esa es la gloria del Beato Bartolomé. Él nos ayude a apreciarla.
+ A los 28 años, por vivir su fe, murió quemado vivo, a fuego lento, el 17 de agosto de 1627 en una colina de Nagasaki en Japón. Así culminó su unión con el Señor Jesús como lo pedía San Francisco: “Pongamos atención todos los hermanos al Buen Pastor, que por salvar a sus ovejas soportó el suplicio de la cruz. Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y en la persecución, en el sonrojo y el hambre y en la tentación y en todo lo demás, y por todo eso recibieron del Señor la vida eterna”. Y el mismo San Francisco nos advierte a todos: “Por eso es grande vergüenza para nosotros los siervos de Dios que los santos llevaron a cabo las obras y nosotros, mirándolas, queremos recibir gloria y honor”. El Beato Bartolomé entregó su vida por permanecer fiel a Jesucristo y al Evangelio.  Todos hemos de entregar la vida por Cristo y el Evangelio: Pero también está el martirio cotidiano, que no comporta la muerte pero que también es un “perder la vida” por Cristo, cumpliendo el propio deber con amor, según la lógica de Jesús, la lógica de la donación, del sacrificio. Pensemos: ¡cuántos papás y mamás cada día ponen en práctica su fe ofreciendo concretamente su propia vida por el bien de la familia! Pensemos en esto. ¡Cuántos sacerdotes, religiosos y religiosas desarrollan con generosidad su servicio por el Reino de Dios! ¡Cuántos jóvenes renuncian a sus propios intereses para dedicarse a los niños, a los minusválidos, a los ancianos…! ¡También estos son mártires, mártires cotidianos, mártires de la cotidianidad!” (Papa Francisco).
= Encomendemos al Beato Bartolomé: la paz en nuestro Estado, nos ayude a poner aquellas condiciones de justicia y misericordia que hacen posible la paz; él fue víctima de la violencia, consuele a quienes sufren la pérdida de sus seres queridos. Encomendémosle la catequesis de nuestras comunidades, él fue un gran catequista, de modo especial confiémosle el mes extraordinario de misión que el Papa nos ha pedido este octubre próximo. Él que vivió la vida de familia y de barrio en nuestra ciudad fortalezca los lazos de unidad en nuestros hogares, y nos ayude a construir comunidad en cada barrio, en cada colonia.




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