domingo, 15 de agosto de 2021

CAPITULO XXXV: LOS MILAGROS EN LA CAUSA DE BETIFICACION DE LOS 205 MARTIRES DEL JAPON, ALFONSO NAVARRETE OP Y COMPAÑEROS.

 


CAPITULO XXXV.

 

Prodigios con que, en diferentes épocas, Dios ha glorificado a los bienaventurados mártires del Japón Alfonso Navarrete OP, y compañeros.

 

Vamos a terminar refiriendo algunos de los milagros que Dios se ha dignado obrar en honor de nuestros bienaventurados mártires. Verdad es que cuando se trata de los mártires, los milagros que en ellos deben considerarse son, su constancia en la confesión de la fe, y su valor en soportar hasta la muerte los más crueles tormentos. Así lo ha dicho San Eusebio, obispo de Córdova, en su Apologético: "Verdaderamente es necesario creer que la grandeza de los mártires consiste, no en los prodigios y milagros, sino en la integridad de la fe y en la constancia en profesarla." Pero como quiera que sea, Dios se ha complacido también en honrar a sus siervos mediante los milagros.

Ya hemos hablado de algunos. Por ejemplo: se vio una muy brillante v extraordinaria luz, que descendió del cielo y se fijó sobre el lugar del martirio de los Bienaventurados Pedro de la Asunción y Juan Bautista Machado; sobre los cinco mártires crucificados en Cocura, y sobre los cincuenta y dos bienaventurados del gran martirio: hemos dicho que los huesos y las reliquias de los Beatos Fernando de San José y Pedro de Zúñiga, exhalaban un olor sobrenatural; que muchos enfermos se aliviaron de sus dolencias al contacto de la tierra humedecida con la sangre y mezclada con las cenizas del B. Francisco Pacheco v de sus compañeros. También se ha hablado de la invención y de la incorruptibilidad de los cuerpos de los beatos Pedro de la Asunción y Fernando de San José, confirmada con una multitud de testigos oculares.

Y no solamente en el Japón ha glorificado Dios a sus siervos, sino también en Europa. En el año de 1671, D. Bernardino Orsocci obtuvo un milagro insigne por intercesión del B. Angel Orsucci. Navegaba de Viareggio a Liorna con algunos parientes y más de cincuenta soldados, y después de dos horas de una navegación feliz, en la tarde del 10 de Agosto se levantó una furiosa tempestad, que iba en aumento con la noche. El buque era pequeño e incapaz de resistir la impetuosidad de las olas: en un instante perdió et timón, un mástil y las velas principales. Con el choque de las enormes olas comenzó a hacer agua por muchas partes, y no era posible agotarla. El piloto, aterrado, gritó que ya no había esperanza de salvación: entonces los marineros, lo mismo que los pasajeros, levantaron los ojos al cielo y llorando, a grandes gritos, invocaron la protección de los santos; y viéndose perdidos, comenzaron a desnudarse, para arrojarse a nado tan luego como el buque comenzase a irse a pique: en estas circunstancias, D. Bernardino Orsucci tuvo la feliz inspiración de decirles: "¿Y por qué no nos encomendamos al Padre Angel Orsucci? Yo soy su sobrino, y aquí están otros dos sobrinos suyos, él nos salvará la vida. " Dicho esto, invocó al bienaventurado con estas precisas palabras: " Padre Angel, ahora es tiempo de que hagas conocer si sois mártir, y si estás bienaventurado en el cielo.' Todos los demás se arrodillaron, y después de hacer un acto de contrición, les impartió D. Bernardino la absolución sacramental, y ellos más bien con sus lágrimas que con sus palabras, imploraban el socorro del B. mártir: entonces algunos escucharon en los aires una voz que decía: "No teman, tienen un buen piloto, que con seguridad los conducirá al puerto." Y al momento, sin saber cómo, el navío retrocede, y aunque le eran contrarias las corrientes y el viento, y aunque se había alejado más de ocho millas de la playa, según la deposición unánime de todos los testigos, como si el navío hubiese sido conducido a mano, llegó a la playa, sin velas, sin timón, y sin que ni los marineros, ni los pasajeros hubiesen perdido cosa alguna, mientras que la mar estaba por todas partes cubierta de tablas y restos de otros navíos, que siendo mucho mejores, no habían podido resistir a la tempestad. Esta salvación milagrosa fue confirmada en el proceso verbal apostólico levantado en Luca, por diez testigos de los de la tripulación, y especialmente por el piloto.

Petronila Orsini, oblata del monasterio de Torre di Specchi en Roma, hacia quince y más años que padecía un mal inveterado. Mensualmente y aun con más frecuencia tenía unas crisis, en las que cayendo en tierra sufría extraordinarias convulsiones y arrojaba espuma por la boca. Siendo de más de cuarenta años, y la enfermedad tan antigua, los médicos la declararon incurable, y juzgaron inútiles todos los remedios. En 1628, el Padre Fabio Spínola, de la Compañía de Jesús, regaló a Sor Petronila una piadosa imágen del venerable Padre Carlos Spínola, martirizado pocos años antes en odio de la fe: ella sintió nacer en el fondo de su corazón una firme confianza de alcanzar la salud por intercesión del siervo de Dios; en consecuencia, se encomendó a él con todo su corazón, y le prometió rezar diariamente a honor suyo algunas oraciones. Fue al momento escuchada, y el mal cesó enteramente hasta su muerte: así lo depusieron en el proceso verbal apostólico cinco religiosas oblatas del mismo monasterio, además del testimonio del médico Juan Manelfi, y el del Padre jesuita Nicolás Badelli.

Este prodigio excitó la confianza de otras dos religiosas benedictinas del convento de Santa Ana de Roma. La primera, Sor Octavia Bernesi, más de un año sufrió los más crueles dolores en el pecho, a consecuencia de habérsele introducido accidentalmente una gruesa aguja y no poder extraerla: se encomendó fervientemente al venerable Padre Carlos Spínola, y luego la aguja salió por si sola sin dolor, y aun sin dejarle cicatriz alguna. La otra hermana, Claudia, conversa, tenía en el estómago un tumor canceroso, no podía retener ningún alimento, sino que lo deponía todo, con gran cantidad de sangre. Viéndose reducida a una debilidad extrema, y no esperando remedio de los médicos, invocó al venerable Padre Spínola, y al momento quedó radicalmente curada.

El día 18 de Mayo de 1663, la escuadra francesa bombardeaba la ciudad de Génova, y una bomba con la mecha encendida cayó en la cámara donde estaba D. Felipe Spínola, conde de Tassarolo. En este conflicto, el piadoso conde se vuelve hacia el retrato del venerable Padre Spínola, que estaba colgado a la pared, y que le había enviado de Roma su pariente el Padre Luis Spínola. La bomba reventó con horrible fragor, y quemó y destruyó en parte lo que había en la cámara; pero ni el conde, ni la imagen del siervo de Dios recibieron el menor daño. D. Felipe declaró este hecho bajo la fe del juramento, en un testimonio escrito de mano de un notario público.

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